En ningún periodo de la historia las imágenes han aparecido con tanta fuerza en nuestro universo estético, cotidiano, político e histórico, como en la actualidad, pero a nadie se le oculta que también es la época en que más hemos dudado de su veracidad.

En la era de la circulación promiscua de la información, la dictadura del algoritmo, la batalla por el relato y las fake news, propiciadas por medios como internet, las redes sociales o la inteligencia artificial, el valor de la imagen ya no reside en su autor, ni en su tiempo histórico.

Aislada de su contexto original, la imagen (post)histórica tiene la capacidad de generar una cadena flotante de significados que surfean por las realidades inestables de la cultura global. En la cultura “pantallocrática” toda imagen es “imagen de otra imagen”, “imagen líquida” o “imagen palimpsesto” en perpetuo estado de mutación. 

Los diferentes proyectos presentados en la exposición La imagen promiscu@ desvían las imágenes de su “intención histórica” y se posicionan como “relatos performativos” en los que la historia del arte no se comporta como ciencia humanística, sino como simple “caja de herramientas”, que permite (de)construir las nociones de espacio y tiempo. 

Nos encontramos, en efecto, ante “imágenes promiscuas”, que pueden ser apropiadas, citadas, fragmentadas y (re)mezcladas por muchas personas, expresando las contradicciones de la muchedumbre contemporánea: su oportunismo, su narcisismo, su ansia de intensidad y distracción, su deseo de autonomía y su permanente capacidad de transgredir… pero también su simultánea sumisión a una sociedad que se ha vuelto “simulacro de sí misma”.